FALACIAS
Noción de falacia y sofisma
En nuestra vida diaria constantemente
damos o escuchamos argumentos. Los oímos en la radio, de la gente que nos
rodea; los vemos en la televisión, los leemos en el periódico o en Internet,
etc. También los construimos para defender nuestra propia posición respecto de
algún tema o para refutar la de otros. En este contexto, solemos encontrar con
mucha frecuencia argumentos que en un primer momento parecen correctos, pero
que cuando los analizamos cuidadosamente, advertimos que no lo son, a esto lo
denominamos falacias.
Una falacia es, como nos señala Irving
Copi 1, un argumento incorrecto pero psicológicamente persuasivo. Precisamente
la fuerza de una falacia para convencernos de la tesis que se de‑ende en el
argumento en que se expresa, reside en este carácter persuasivo, el cual se
debe a que tiene una apariencia de estar correctamente construido, pero cuando
lo analizamos con cuidado, notamos que el paso de las premisas a la conclusión
no es el adecuado, debido a que las premisas no son pertinentes para lo que se
quiere defender.
Antiguamente solía hacerse una
distinción entre falacia y so‑sma con base en la intención de la persona que
argumentaba. De esta manera se decía que si quien argumentaba incorrectamente
lo hacía sin la intención de engañar, entonces estábamos frente a un argumento
del primer tipo, una falacia. En cambio, si alguien formulaba un argumento con
el ‑n deliberado, es decir, consciente del engaño, entonces estábamos frente al
segundo tipo de argumento, conocido como so‑sma. Sin embargo, en la vida diaria
resulta muy complicado saber si quien argumenta incorrectamente lo hace de
manera deliberada o no, por lo cual frecuentemente esta distinción ha caído en
desuso. Actualmente existe una gran cantidad de falacias tipi‑cadas por los
estudiosos. Algunas fueron estudiadas desde la Edad Media, razón por la cual,
frecuentemente se alude a ellas por su nombre en latín.
Las falacias suelen
dividirse en formales e informales.
Las
formales son aquellas
que tienen errores en su forma, es decir, que violan alguna de las estructuras
deductivamente válidas. En este sentido, cualquier argumento inválido sería una
falacia. Las de a‑rmación del consecuente y de negación del antecedente son las
más comunes de este tipo.
En la de afirmación del consecuente,
se pretende construir un buen argumento con la estructura del modus ponens,
mientras que en la de negación del antecedente, se pretende estar formulando un
buen argumento con la estructura del modus tollens. Pero en ambos casos no es
así, ya que por un lado, el modus ponens afirma el antecedente y no el
consecuente y, por otro lado, el modus tollens niega el consecuente y no el
antecedente. Esto quedará más claro cuando se estudie en la última unidad las
reglas de inferencia, por lo cual, no nos detendremos en este momento en este
punto.
Por su parte, las informales son aquellas que cometen errores no en su forma sino
en su contenido, es decir, en aquella información que se ofrece en las premisas
para derivar de ellas la conclusión. En la actualidad, diversos estudiosos
realizan un gran esfuerzo por elaborar una lista tipi‑cada de las falacias
existentes. Sin embargo, la manera en que podemos errar es tan amplia que
resulta una tarea complicada elaborar un estudio completo y acabado de las
mismas. También es importante destacar que un argumento puede incurrir en
varias falacias a la vez.
En este material abordaremos algunas de
estas falacias, muchas de las cuales seguramente reconocerás como ejemplos que
has escuchado, leído o que incluso, tú mismo has construido.
Falacias
informales
Existen dos tipos de falacias
informales, de irrelevancia y de ambigüedad. Cabe aclarar que la clasificación
que se presenta es una propuesta entre varias que han elaborado los estudiosos
sobre el tema a lo largo de los siglos. De hecho, no podríamos afirmar hoy en
día que contamos con una clasificación definitiva.
a)falacias
de irrelevancia
Las falacias de irrelevancia son
también conocidas como de inatinencia o no pertinencia, debido a que el error
en este tipo de argumentos está en el hecho de que las premisas no ofrecen un
fundamento sólido o pertinente para inferir la verdad de la conclusión. Las que
revisaremos se clasifican en tres grupos:
I.
Transferencia
de propiedades.
II.
II.
Apelación a los sentimientos.
III.
III.
Referencia insu‑ciente.
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